Para Marcelo todo pintaba como un día más en la monotonía pueblerina. Fue a dejar al kinder a su hija, en la Lejona, la pequeña Micaela le dio esa mañana un beso infantil lleno de amor y con muchas babas. Al llegar a la tienda le comentó a El Peque, su empleado, que lo habían besado esa mañana como nunca, muy, pero muy amorosamente. El Peque siempre ha pensado que su jefe es un mujeriego. Luego se fueron acomodando las cosas, el pueblo se encargó de lo suyo y al regresar a casa por la noche, Marcelo encontró a su mujer en lágrimas y con sus maletas alineadas en el umbral de la puerta.