Antes de echarse a descansar, el Pecas descompone con sus patas el tapete, supongo que es para quitarle lo plano al piso o bien tan solo repite genéticamente un ancestral reflejo; mover la tierra para asegurarse que no haya nada amenazante. Esto no hace del Pecas un perro excepcional, no, creo que lo que le da más carácter es su vida en libertades y últimamente la gallardía con que está portando ―sin saberlo él―, sus más de 80 años a la escala humana. Pero la edad no le dice mucho, al ponerme el sombrero, salta por toda la casa, impaciente y plenamente dispuesto para la caminata, vivimos más allá de la Malcontenta, casi llegando a Alcocer, el cerro nos queda enfrente y las caminatas son largas (aunque últimamente el Pecas prefiere regresarse por los atajos).
Nació en la base naval de Antón Lizardo producto del enésimo embarazo de su madre, una perrita fácil conocida como la Roñis, desdibujada por el tiempo, partos y miserias, entre cocker, bullterrier y con algunas pinceladas de beagle. El tema del padre, mejor ni tratarlo, la comunidad de machos era numerosa; en síntesis, la raza del Pecas es Estriter Veracruzano. Su madre lo medio amamantó unos días y luego logró sobrevivir entre la basura cerca de los manglares. No tuvo nombre hasta que lo descubrieron y lo llamaron: Maldita alimaña quién se va hacer cargo, nombre un poco largo, pero en fin, lo metieron en una bolsa y lo aventaron al camión de la basura. El chalán, al darse cuenta botó la bolsa en el camino y fue a dar a los pies de la entrada de la Finca San Felipe. Ahí vivía Pedro, que era jaranero en los restaurantes de Mandinga. Pedro lo adoptó y le puso el nombre de Candelo. Ahí aprendió a jugar futbol de playa, a ser invisible, a traer pedazos de troncos lanzados al mar, era incansable.
En esos primeros años logró su pleno desarrollo corporal, un poco más alto que la mayoría de los gatos y tlacoaches de la zona. Luego aprendió a tomar el camión y a bailar al son de la música jarocha animándose aún más con los chiflidos de su amo. Además de la música, a Pedro le gustaban las mujeres, una tras otra y descuidaba temporalmente al Candelo, quien una mañana tomó el camión y luego de vivir en la estación de autobuses de Veracruz —gracias a las taquerías de los alrededores—, pasó a la de Puebla y luego en la Ciudad de México se mantuvo unos meses. De taquería en taquería, de camión en camión, de terminal en terminal —sin dar mayor detalle de ciertos acontecimientos a fin de no lastimar ninguna moral humana—, llegó a San Miguel de Allende, donde de inmediato fue atrapado por la Sociedad Protectora de Animales.
Vivió el cautiverio con dignidad hasta que una norteamericana, Anne Denver, lo adoptó llamándolo Freezy, pero ahí duró poco, ya que en casa vivía también el Bolly, un pastor alemán con el que Freezy tuvo de inmediato sangrientos enfrentamientos. La señora Denver conocía a mi esposa y le endosó a Freezy apoyada por el entusiasmo de nuestros hijos.
De inmediato se convirtió en el Pecas —de eso ya hace más de 15 años—, perro sobre el que se pueden decir muchas cosas: vividor, viajero intrépido, invisible,
excelente defensa en el futbol, especialista en las artes de la sobrevivencia y fuerte candidato para ingresar a la telesecundaria en el ciclo 2011.