“et semen prolectum in suo nativo calore, et cum vitali spiritu conservat, et incubando fæminæ infert in ipsius matricem ...” Guaccius. Libro I. Chap. 12
A su regreso de Roma, al padre Felipe Neri le esperaba, en San Miguel el Grande, una tarea delicada y de suma importancia, el juicio de una indígena chichimeca, acusada de ejercer la brujería y de tener contactos carnales con el Demonio.
Las guerras chichimecas habían quedado atrás, pero aún existía una precaria paz social con huachichiles, copunes, pames, otomies y por supuesto, con los propios chichimecas. Todo esto dificultaba el caso, que de tomar tintes políticos, podría provocar más levantamientos y mayor represión. Se requería de la sigilosa atención del clérigo, que al mismo tiempo, y a toda brevedad, debía preparar la documentación del caso y tenerla lista para cuando llegase el Tribunal del Santo Oficio.
No dejaba de ser para el prelado una señal divina el haber recibido, en su última estancia en la Ciudad Santa y unos cuantos días antes de su regreso a San Miguel, una copia del manuscrito original de Ludovicus Maria Sinistrari de Ameno; “De Dæmonialitate, et Incubis et Succubis” de manos de su maestro y amigo, el padre Franchesco Martini. Este manuscrito, de 86 cuartillas, escrito a penas un par de años atrás por el teólogo italiano, estaba considerado, en los círculos doctos de Roma y Madrid, como uno de los estudios más iluminados sobre el tema.
El clérigo Martini le había advertido de la importancia del padre Sinistrari, especialista en crímenes, delitos y pecados inimaginables. Su reputación se manifestaba en el “Index librorum prohibitorum”, con la citación de uno de sus más importantes libros: “De Delictis
et Pænis Tractatus absolutissimus”, que el propio padre Felipe había consultado en la biblioteca de Sevilla, durante su periplo europeo.
En el “Tratado absoluto de delitos y penas”, el padre Sinistrari solo le dedicaba unas páginas a las relaciones carnales de hombres y mujeres con el Demonio, pero en el manuscrito, “De la Demonialidad”, el teólogo de Pavia profundizaba más en el tema y demostraba la existencia de Íncubos y de Súcubos en tanto animales de razonamiento, con cuerpo y espíritu, que se encuentran “viviendo entre nosotros y que están naciendo y muriendo como nosotros mismos”.
A la hechicera chichimeca, de nombre cristiano Josefina, se le acusaba también de estar rodeada de una gran diversidad de animales, con los que, según vecinos y vicarios, la diabólica mujer tenía todo tipo de innombrables relaciones carnales. El padre Neri debería dilucidar, en que medida la hechicera practicaba la bestialidad y si fuese así, diferenciar y verificar si también tenía relaciones con íncubos. Por otro lado, existía la posibilidad, y esto le perturbaba más al prelado, de que la hechicera Josefina fuera en si una súcubo, encargada se seducir a los varones de la comunidad y a las bestias, para procrear seres diabólicos.
A Felipe Neri, padre franciscano, le gustaba acudir a la recién renovada Parroquia de San Miguel Arcángel –bañada por las tolvaneras de febrero y que encajaba en el cielo su torre barroca diseñada por el arquitecto Marcos Antonio Sobrarías. En el santo recito, el prelado inició la lectura del manuscrito del clérigo capuchino Sinistrari con la esperanza de encontrar una señal que le indicara el camino del Señor.
Con una fe robusta y con solidez en su razonamiento, Sinistrari d’Ameno el filósofo, confesor, el médico, señala al inicio del manuscrito que la palabra Dæmonialitate fue imaginada por Jean Caramuel, quien en su “Théologie fondamentale” distingue este crimen de el de la Bestialidad. En efecto, todos los Teólogos moralistas, en seguimiento de Santo Tomás (2,2 cuestión 154), comprenden, bajo el título de Bestialidad a “todo tipo de comercio carnal con un objeto cualquiera de especie diferente”. Para Cajetan, la Demonialidad es una especie de Bestialidad al igual que para Sylvestre, quienes la introducen dentro de la palabra Luxuria.
Sinistrari rectifica, haciendo ver que para Santo Tomás “un objeto de especie diferente” es un animal vivo de otra especie que el hombre; ya que no pudo utilizar las palabras; objeto o cosa, en su sentido más general, para referirse indiferentemente a un ser animado o inanimado. Que un hombre, en efecto, decida fornicar cum cadavere humano, en este caso el hombre tendrá relación con un objeto de otra especie que él (especialmente para los Tomistas, que refutan que el cadáver contenga la forma de corporalidad humana); lo mismo si cadaveri bestiali copularetur; y por tanto talis coitus no será bestialidad, sino una eyaculación involuntaria o una falta de vigor moral.
Es así, afirma Sinistrari, que el comercio con el Demonio, sea Íncubo o Súcubo, difiere en especie de la Bestialidad y que cada uno de estos pecados contra natura, portan su infamia particular y distinta, contraria a la castidad y a la procreación humana. La Bestialidad es la unión con una bestia viva, que tiene sentimientos y posé movimientos que le son propios: la Demonialidad, en sentido contrario, es la copulación con un cadáver, que no tiene sentimientos ni movimientos propios y que actúa por medio de un artificio del Demonio.
Es fundamental establecer la diferencia entre la Bestialidad y la Demonialidad, de tal manera que uno pueda apreciar la gravedad y determinar el grado de la penitencia, reflexionaba el padre Neri, y, si fuera el caso, investigar de qué maneras diferentes el pecado de Demonialidad se puede cometer.
De la profundidad de sus reflexiones atrajeron al clérigo Felipe Neri, las voces de los vicarios, que con asombro y excitación, le informaban que había nacido en la casa de la hechicera Josefina, un lechón con tres cabezas, con cinco ojos desorbitados y que se revolcaba en una placenta de vómitos verdeinfectos.
“... ad umbilicum tenus nudatæ, et juxta dispositionem actus venerei” Guaccius. Liv. I. Chap. 12
Don Cesar, Conde De La Canal y Don Manuel, Conde De Landeta, invitaron a comer en la casona del primero, al padre Felipe Neri a fin de escuchar -de viva voz del prelado-, los últimos acontecimientos y al mismo tiempo, asegurarse de que todo se mantuviese en su lugar y en buen camino. Los Condes coincidían en que el inminente juicio de la bruja huachichil, de nombre cristiano Josefina, no debía inquietar la paz virreinal de San Miguel.
El padre Neri, de personalidad reservada, escuchó con benevolencia las inquietudes de los Condes sin hacer mayor comentario. El Conde de Landeta, le recordó al padre su responsabilidad en el asunto, debido a la precaria paz social que existía en la región. Las guerras chichimecas habían tenido un alto costo en vidas españolas y en la riqueza personal del Conde. Por su parte, Don Cesar, le hizo ver al cura que en su hacienda existía gran inquietud y revuelo entre la indiada, debido a la simpatía que tenía la hechicera entre los hombres y, la envidia y enojo que provocaba ésta en la mayoría de las mujeres.
Ante la prudencia y hermetismo del prelado, al final de la reunión, en sobremesa, gustando un vinillo enfrutado, el Conde de Landeta le hizo ver al padre Neri, en un dejo de excitación, morbo y dibujando una cómplice sonrisa, que le perturbaba sobremanera la belleza diabólica y seductora de la hechicera huachichil.
Con estos comentarios se despidió el padre Felipe Neri, pero los Condes le hicieron ver que era importante que estuviesen informados sobre los procedimientos que estaba emprendiendo el prelado y sin esperar su reacción, lo invitaron para que a la siguiente semana, en vísperas de las festividades de la Virgen de los Dolores, se reuniesen, esta vez en la Hacienda del Conde de Landeta, con los Condes y Vizcondes de la Región, a saber, los ya citados y los De Lanzagorta, De Sauto y De Loja.
Ya de salida de la casona, Doña María, esposa del Conde de la Canal, interceptó discretamente al padre Neri y le entregó de mano, una nota que el prelado tuvo el cuidado de guardar entre su hábito.
Los fuertes vientos de marzo, dificultaron la concentración del padre Neri a su regreso de la perturbante reunión, por lo que prefirió dirigirse al templo de Santo Domingo para calmar sus reflexiones, tomar un chocolate y galletas con las Beatas Dominicanas y continuar con la lectura del manuscrito de Sinistrari de Ameno De Dæmonialitate, et Incubis et Succubis, que tan amablemente le había facilitado su iluminado amigo y confidente, el padre Franchesco Martinet.
En la calma del claustro el padre Neri continuó con la lectura del manuscrito, con el deseo de encontrar la luz del Señor y poder así, distinguir entre los pecados que se le atribuían a la hechicera Josefina y sus posibles penitencias.
De acuerdo con el padre Sinistrari, “otra prueba, entre los pecados contra la naturaleza, es la inseminación antinatural (es decir, que no puede ser seguida regularmente para la procreación) que constituye en si un género, es así, que si la eyaculación tiene lugar en la tierra o sobre un cuerpo inanimado, es contaminación, si ésta se opera cum homine in vase præposterom es Sodomía; con una bestia es Bestialidad: todos los crímenes que, sin contradicción, difieren en especie entre ellos, por la misma razón que el semen sea tirado en tierra, en cadáver, en el hombre y en la bestia, sean sujetos pasivos talis seminationis, son entre ellos de especie diferente. Pero la diferencia del Demonio con la bestia no es solamente específica: la naturaleza de la segunda es corporal y la del primero es incorporal, lo que establece una diferencia genérica, de lo que sigue quod seminationes difieren en especie entre ellas, pero esto es lo que habrá que comprobar”
En el pecado se lleva la penitencia, de ahí la importancia de precisar el género de la falta, reflexionaba el padre Felipe Neri; lujuria, sodomía, bestialidad, contactos innombrables con seres diabólicos, Incubos y súcubos se le atribuían a la hechicera huachichil, pero
¿en verdad la india Josefina materializaba dichas faltas? y, ¿cuáles eran las pruebas de ello? Estos eran los pensamientos que atormentaban al cura cuando le comunicaron de la hacienda de Lanzagorta, que la pila que servía de abrevadero, camino al río, se había secado sin explicación alguna. Una Pila Seca que posiblemente le atribuirán a la hechicera.
“Oris pressis sonus, similis illi quo pelmurcentur equi et canes. Obscene vero de susurro cunni labiorum, quum frictu madescunt” Glossarium eroticum linguæ Latinæ, Roma 1569.
“Es asÍ, que es validado por Teólogos y Filósofos, que de la copulación de un hombre o una mujer con el Diablo, nacen algunas veces, hombres y mujeres, es la manera en que deberá nacer el Anticristo...” Sentencia Louis Marie Sinistrari d’Ameno en el manuscrito “Dæmonialitate et Incubis et Succubis” que tenía en manos y atención el filipense Luís Felipe Neri de Alfaro, apesadumbrado por el juicio inminente de la hechicera otomí -por pecados innombrables-, Ursa (planta dulce) de nombre originario, Josefina en su nombre cristiano.
En la pequeña capilla lateral izquierda de la “Santa Escuela de Cristo” (que costeó don Zeferino Gutiérrez), el padre Neri continuó su obsesionada lectura: “Lo que los Íncubos introducen in uteros, dice Sinistrari, no es qualecumque neque quantumcumque semen, sino abundante, muy espeso, muy ardiente, muy cargado de espíritus y sin ninguna serosidad. Esto es cosa fácil ya que escogen hombres apasionados, robustos y abundantes multo semine, quibus succumbant; así como mujeres del mismo temperamento quibus incumbant, teniendo el cuidado de procurar tanto a unos como a otros voluptatem solito majorem: tanto enim abundasntius emittitur semen, quanto cum majori voluptate excernitur”
De la tormenta de su imaginación lo salvó el puerto del recuerdo de la nota que le dio en mano, doña Jimena, esposa del Conde de Sauto. En el trayecto de su mente a su cuerpo, tanteó el interior del hábito a fin de localizar el perfumado mensaje. En la extensa nota, la piadosa mujer le narraba al párroco -en la euforia de minuciosos detalles-, la vida de las buenas familias de San Miguel el Grande; que si el llamado Conde de la Canal en realidad no era Conde; que si la familia Lambarri mostraba interés por donar algunas pertenencias para continuar la construcción del templo de nuestra Señora del Carmen, era solamente a fin de ganarse, de una manera poco honesta, los favores del paraíso; que si las familias aristócratas provenientes de Tlaxcala contaban con mayores derechos y privilegios ante el curato y los militares, que las buenas familias venidas de la capital de la Nueva España; que si el Caballero de Calatrava don Antonio de Lanzagorta regaló a la Parroquia una imagen de marfil de San Miguel y la custodia de oro y pedrería, solamente con la finalidad de perdonar sus culpas allegadas por su relación innombrable con la hechicera otomí. Era de todos conocidos, afirmaba la Condesa, que en la hacienda de Lanzagorta existía un rincón, oscuro y prohibido, donde se ocultaba el fruto de los pecados cometidos y provocados, en buena parte, por la india Josefina.
Al final de la nota doña Jimena apresuraba angustiosamente al párroco a hacerle frente al demonio, implorándole: exorcizar la Hacienda de los Lanzagorta; tomar en manos de la Iglesia el misterioso producto de la relación con la hechicera y; entregar a las santas autoridades eclesiásticas -y si era necesario a las autoridades militares- a la bruja.
El padre Neri buscaba un respiro de calma en su caminata cuesta arriba hacia el Templo de San Francisco. El breve tiempo humano lo acorralaba, debía contar con más información sobre el caso y preparar la documentación pertinente antes de la llegada del Tribunal del Santo Oficio, que para esas fechas, ya se encontraba tratando el asunto con el Obispo, en Uruapan.
Frente al Templo de San Francisco, al abrigo del atardecer, el párroco abrió al azar el manuscrito de Sinistrari, el momento y el movimiento de sus dedos lo llevaron al Sumario de las Pruebas de la Demonialidad; cinco puntos, de la traducción francesa en una hoja especialmente arrugada:
La prueba del azar y la posibilidad de recurrir al quinto punto, sobresaltó el alma del cura, el cargo de la responsabilidad se hacía más pesado con la llegada de la noche, el Universo se cerró y lloró en la lluvia.
Con las primeras gotas el padre Neri pudo retornar a su consciencia, se propuso, a las primeras horas del día siguiente, asomarse por la Hacienda de la familia Lanzagorta - antes del despertar de los dueños-, a fin de corroborar la sospechosa afirmación de la Condesa y posteriormente, ir a conocer y si es posible hablar con la india otomí acusada de tan graves delitos, la misma que estaba creando gran inquietud en San Miguel el Grande, antes San Miguel de los Chichimecas, frontera de una nueva guerra.
“Cum fæmina aliqua concumbere, et semen vere excernitur, non tamen concubitus ille realis est...” Compendium Maleficarum de François-Marie Guaccius.
Sumamente enojado y preocupado se encontraba el padre Luis Felipe Neri esa mañana lluviosa, muy temprano se había levantado para ir a la hacienda del Conde de Lanzagorta con el fin de corroborar lo que todo el pueblo sabía, la existencia de un ser misterioso producto de las relaciones carnales del Conde con la india xi’ui (pame) de nombre cristiano Josefina, pero no había logrado llegar al sitio, ya que la gente de la hacienda lo había interceptado y la presencia del Conde lo disuadió de insistir en su investigación.
De regreso al convento, a cada paso, en la empinada cuesta, se intensificaba su preocupación ya que tenía conocimiento que el Tribunal del Santo Oficio llegaría en un par de días a San Miguel el Grande para enjuiciar a la indígena, a la que se le acusaba, entre otros actos innombrables, de ser una hechicera y, lo que es peor, de tener arreglos con el demonio en tanto que Súcubo.
Efectivamente de hechicería y de encarnar al Demonio para seducir a los varones del pueblo a fin de procrear seres maléficos, eran las más fuertes acusaciones que se le atribuían a la indígena xi’ui. Para comprobar el comercio de un hechicero con el Diablo, el padre Louis Marie Sinistrari de Ameno, de la Orden de los Menores Reformados de la Estrecha Observancia de San Francisco, quien ocupase en Roma el puesto de Consultor del Tribunal Supremo de la Santa Inquisición, señala -en el manuscrito que tenía en mano el padre Neri, gracias a los buenos oficios de su amigo Franchesco Martinet- que: “mientras para el mortal común el Diablo no es visible, si lo es para los hechiceros en sus festines y danzas nocturnas, algunas veces podemos dar testimonio cuando en los bosques se han visto a mujeres acostadas sobre la espalda, ad umbilicum tenus nudatæ, et juxta dispositionem actus venerei, con las piernas divaricatis et adductis, clunes agitare. En estos casos, asegura Sinistrari, se puede suponer la existencia del crimen de Demonialidad y creo que este tipo de acto, probado por testigos, autorizan al juez a emplear la tortura para conocer la verdad, especialmente si poco después del acto, se ve elevar humo negro, porque en dicho humo se puede ver al mismo Demonio, concumbentem cum fæmina”.
Es permisible llegar a utilizar la tortura para que el mismo hechicero acepte sus culpas, recorrían constantemente estas palabras el cerebro atormentado del prelado mientras se daba fuerzas para enfrentarse a la supuesta hechicera. Rezando en silencio, el padre Felipe Neri, se dirigió a la celda donde se encontraba resguardada la indígena pame y solicitó a los custodios el acceso.
En la penumbra la vista del prelado se fue poco a poco acostumbrando a ésta y en el fondo de la pequeña celda escuchó una voz dulce y suave que lo interpelaba con insistencia: canté, canté. Gracias a sus conocimientos básicos de la lengua indígena pame solicitó a los custodios le trajesen agua a la acusada. Nasejen le inquirió Josefina al darse cuenta que el clérigo entendía su lengua y el cura solicito comida para atender el requerimiento de la infeliz y solicitó los dejasen solos. En agradecimiento la supuesta hechicera tomó las manos del cura, las besó suavemente y lo nombró por su nombre, meo Neri, tata Neri, tiaonan cuane oman meo Neri, el cura emocionado comprendió la referencia; nosotros amamos al padre Neri.
Poco a poco de la penumbra fue tomando forma el universo de Josefina, primero la luz y profundidad de sus ojos oscuros, la carnosidad provocante de sus labios, su nariz fina buscando desesperadamente el aire de la libertad, su cuerpo de bronce. Su cuerpo...llevó a la parálisis al padre Neri, quien de inmediato, a fin de centrar su consciencia, le pidió a la india xi’ui orar el Padre Nuestro.
Lentamente Josefina se acercó al prelado y oró en su lengua original: Tat quiao jie kemijo kantao par. Padre nuestro que estás en los cielos, fue parafraseando el cura filipense mientras observaba la belleza angelical de la indígena, manifestación de la grandeza y perfección, que por medio de la naturaleza humana, dan testimonio del Señor, Dios único y omnipresente. Cem jauinjiu, santificado sea tu nombre, y Josefina mostraba, en el fondo de su magra vestimenta, su cuerpo oscuro, voluptuoso. El padre Neri aprovechó el momento, no sin titubeos, para buscar en su continente alguna marca que diera indicio de la presencia de Satán. Conet jie estie, venga a nos tu reino, la supuesta hechicera, se fue acercando un poco más al cura filipense, arrodillándose frente a sus piernas en un acto de devoción, causando un dulce estupor que el cura no había sentido desde la profundidad de su adolescencia. Etejie de jin, venga a nos tu reino, la indígena pame estiró sus manos y lentamente las introdujo por debajo del hábito, causando el escozor del prelado. Ete de jinc yo campó, hágase tu voluntad, la existencia del padre Nerí se desvaneció en un torbellino de hechizos confusos y perturbadores. Cuane cui coneotao en peiny, tanto en la tierra como en el cielo, la hechicera recargó su cara en el bajo vientre del cura sosteniendo firmemente entre sus manos, como un tesoro, la virilidad de la intimidad de éste. Yiuguet chi yiubete insegin maja crucnó, danos hoy el pan de cada día, el padre Neri quedó paralizado. Gioadat eschut, perdona nuestras ofensas, ya sin consciencia de si, el religioso se dejó vencer, su cuerpo empezó a estremecerse, su columna empezó a encorvarse y un sudor frío ocupó su ser. Cuane tia unent jualbantz eschubet, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, en el vacío, Felipe Neri cayó de rodillas, depositó su cabeza en los generosos senos de la indígena, las manos temblorosas del cura buscaron, devotamente, entre las piernas azabache de la hechicera, la profundidad de sus orígenes y en una formidable sacudida bañó, en una tormenta, su hábito. Noninjenic notejin tajaoc, no nos dejes caer en tentación, acompañándola en el rezo, lloró y balbució el prelado. Lijet majá seneguen. Y líbranos de todo el mal.
“L’Ange, dit très bien S. Ambroise, n’est pas ainsi appelé pour sa qualité d’esprit, mais pour la fonction qu’il remplit” Louis Marie Sinistrari d’Ameno
Doña Catalina, Condesa de Sautto, no contenía su entusiasmo y excitación -al igual que buena parte de San Miguel el Grande; nobles, criollos, mestizos, indígenas y negros-, ante el inminente arribo del Tribunal del Santo Oficio, para enjuiciar a la indígena de nombre cristiano, Josefina. De hecho se convirtió en un día de fiesta y mercado, en el que buena parte de la población –viniendo del propio asentamiento, del monte, haciendas y poblados vecinos- estaba en las calles terregosas del que se llamara antes San Miguel de los Chichimecas.
Los cercanos al padre Felipe Neri –encomendado por el obispado para iniciar y documentar la investigación sobre la supuesta hechicera - estaban sumamente preocupados, porque no había asistido al templo de San Francisco para oficiar la misa del alba por dos días consecutivos. Se supo que no había salido de su habitación desde que regresó de su encuentro con la hechicera. Unos decían que su ausencia se debía a los trabajos que se le encomendaron previos al juicio, otros decían que el cura se encontraba enfermo y lo que es peor, posiblemente poseído por la voluntad maligna de la hechicera.
El padre Felipe Neri sabía que después de su encuentro con la hechicera huachichil (o era chichimeca, tarasca, pame, otomí)1 ya no era el mismo. Dentro de la misteriosa incertidumbre de la complejidad humana del prelado, tenía miedo, ya nada tenía sentido, las formas y el contenido de su fe habían naufragado en la seducción de la penumbra húmeda de la celda de Josefina. Innombrable, inexplicable, frágil como un relato.
1 Investigaciones posteriores hacen suponer que la indígena Josefina acusada de Demonialidad, era Choluteca y que llegó a San Miguel el Grande con la servidumbre de una familia de Tlaxca
En lo que quedaba de su fuero interno convivían una variedad de sentimientos extremos y contradictorios. En un punto de su voluntad, la humanidad de su cuerpo deseaba fervientemente ver, una vez más, a la hechicera y al mismo tiempo, deseaba perversamente, posiblemente acorralado por el miedo, que terminara -por cualquier medio: humano o divino-, la existencia perturbadora de la indígena que había paralizado y violentado su voluntad espiritual. En sus momentos de lúcida desesperación recordaba el texto de Sinistrari, -al referirse a las penas atribuidas al pecado de la Demonialidad, materializado por Íncubo o Súcubo- que señala; “ninguna ley civil ni canónica, cuenta con alguna pena contra un crimen de este género. Sin embargo, como este tipo de crímenes supone un pacto y sociedad con el Demonio, apostasía de la fe, sin hablar de los maleficios y otras perversidades en cantidad casi infinita que cometen los hechiceros, es castigado regularmente, con la horca y la hoguera”.
Con la horca y la hoguera, viajaba la frase por la mente del padre Neri al dirigirse al convento de las dominicas para recibir, junto con autoridades civiles, religiosas y militares, al Tribunal del Santo Oficio.
La concatenación se dio al cerrarse el cielo, la lluvia y el viento torrencial ahuyentaron a los curiosos, dando término al ambiente festivo y al mercadeo en las calles y la plaza. A pesar de mulas y caballos, la concurrencia, curas y autoridades del Santo Oficio no pudieron evitar que el lodo llegara a sus vestimentas y entraron al convento perfectamente empapados. Ya todos reunidos, en lo que en un principio sería una primer reunión de bienvenida, llegó intempestivo un oficial para informar que la hechicera estaba materialmente desaparecida. Había huido. No quedó ni su humo. El estruendo de un rayo cercano invadió el convento y disolvió la reunión. Después de esa tarde, la lluvia no cedió por trece días, aislando a San Miguel en sus rumores.
Los custodios también habían desaparecido misteriosamente y nadie vio nada. Poco se pudo saber sobre los pasos de Josefina. Con el claro llegó la despedida del Tribunal del Santo Oficio y se dio por cerrado el caso, quedando en actas2, que la supuesta hechicera y sus acompañantes habían seguramente muerto en la creciente del río. Explicación incómoda pero al fin explicación de la súbita desaparición de la hechicera. Un mes después, fueron encontrados los cuerpos -despedazados y descarnados- de los tres infelices custodios, pero nada de Josefina.
El padre Neri quiso olvidar lo sucedido y en ese mismo sentido se dirigió la memoria de la población. Sólo en algunos pocos continuó la preocupación de saber que habitantes del sitio son producto de relaciones entre humanos y seres diabólicos. Preocupación que se ha mantenido -calladamente-, hasta nuestros días. ¿Íncubos y Súcubos en San Miguel?
2 Desgraciadamente debido a un incendio sucedido al cerrar el siglo XVIII, se perdieron éste y muchos más documentos de la época.