─Tú me robaste mi tololoche─, me espetó sin mediar presentación o saludo alguno. ¿¡What!? ─pensé de inmediato en mi inglés británico─ y ahora este güey que se trae. Pero me contuve.
Desde hace unos días, paso caminando enfrente de su tienda en la calzada de la Aurora y solamente habíamos llegado a mirarnos levemente a los ojos.
Insistió en tono agresivo interponiéndose en la banqueta:
─Sí, tú me lo robaste, fuiste a la fiesta con una vieja llamada Guadalupe y te llevaste mi tololoche.
Escucha, le dije ─tragándome el deseo inmediato de hacerle ver que era un pendejo y que se estaba meando fuera de la bacinica─, primero yo no salgo con viejas, seguramente me estás confundiendo, no sé de que fiesta me hablas y mucho menos del robo de tu pinche tololoche.
─No te hagas, estoy seguro, me lo robaste y te voy a demandar.
Su voz se descompuso, el demandar se convirtió en un demandarrr, la calva se le puso roja, roja. Entonces, con dignidad decidí fingir demencia, le dí la vuelta ignorándolo amablemente y con garbo seguí mi camino al taller de Gerardo.
Me reclamé haber domado mi parte violenta y no haberle dado al menos un empujón, pero me reconozco en parte como una persona peligrosa, ustedes saben, podría darle un mal golpe y meterme en más problemas de los que tengo.
Pensé condescendiente: pobre cuate confundido, si yo irradio además de virilidad una imagen angelical, haberme acusado de vil ratero.
Llegó una batería de recuerdos escondidos en la parte más protegida de mi memoria. Siempre me he considerado una buena persona, sí, con algunas pequeñas maldades pero esencialmente bueno. De robos, recuerdo cuando me atraparon en el supermercado, por unos chicles bomba la pasé muy mal, tendría unos 12 años; pero aprendí que si robas, es muy importante que lo hagas bien. La vez que me quedé con el balón de un riquillo fue impecable, pero eso no me hace un ladrón, en verdad tengo atisbos de cobardía que, en mi caso, inhiben al cleptómano potencial que todos traemos. No, sustraerle al impropio algunos libros, discos y minucias, no te hacen ladrón consumado, ni candidato a ser acusado de robo de tololoche.
En el taller de Gerardo, estaba de modelo un tololoche morado. Debo decirles que Gerardo da cursos de dibujo y pintura al desnudo y ese día la modelo se reportó enferma, por lo que fue sustituida por el tololoche morado.
Mientras los estudiantes hacían su arte, le comenté a Gerardo la coincidencia. Le conté lo que me había sucedido en el camino y mi indignación al ser acusado de ratero.
─A ese lo conozco. Se llama Rick, está loco, no le hagas caso. De repente se aparece por acá, creo que es medio gringo, se lleva más con ellos, se dice pintor y galán, pobre güey.
Reímos un poco, arreglamos las coincidencias y le pregunté cómo se había hecho de su tololoche morado, ya que no lo había visto. Me dijo que César se lo regaló, al parecer era de su hija Estela, que lo dejó al preferir un contrabajo.
De puro chiste le dije que ese era el tololoche robado. En defensa, dijo que Rick ya había entrado al taller sin darle la menor atención.
─Pasó a un lado del tololoche y nada, como si no existiera.
Buen punto, pero no era prueba suficiente, ya que el instrumento de Gerardo estaba evidentemente renovado como nuevo, escondiéndose su estado y color original.
─Con un disfraz haces a la puta, monja─ le dije por decir cualquier cosa que me diera seguridad en el juicio.
Pero estoy escribe y escribe de tololoches y me cayó el veinte que posiblemente alguno de los miles de lectores de este relato, no tienen certeza de qué estoy hablando. En mis indagaciones, porque a mí también me había quedado la duda sobre su naturaleza, esa misma tarde me enteré, con precisión y minucia, que es un instrumento musical de madera corriente, con cuatro cuerdas (que antes se hacían con los intestinos de los gatos), como un violín pero en grandotote que se toca sin arco, a manotazos y punteo de los dedos; mientras que su primo rico, el contrabajo, que es otro violín grandotote pero de madera fina, se toca con arco y muy de vez en cuando se le mete la mano o se le puntea.
Descubrí que la palabra tololoche no existe en la Real Academia de la Lengua Española, aprovecho el presente para recomendarles a los ilustres incluirla, ya que la más cercana fue Toloache, esa planta que te vuelve loco y usan para los enamoramientos, que dice la Real Academia viene del náhuatl toloatzin, de toloa, cabecear por efecto del sueño. Pienso que al tener el mismo inicio ambas palabras: Tolo, el instrumento que nos trae a cuento, tiene algo que ver con perder la cabeza.
Por sus formas, se parece a una mujer del género de las tortolitas, pero eso si, con curvas muy sugerentes, pensando en su sonido, su voz sería como el de una machorra, mmmm, se me ocurre que es mejor ver el parecido del tololoche a un travestí, haciendo su espectáculo en las cantinas y antros.
Mi preocupación fue mayor, pienso que a ustedes les pasaría lo mismo, al ser acusados de ladrones de un instrumento musical en vías de extinción, de poca alcurnia, grotesco y del vulgo. Sufrí un descalabro en mi autoestima y preferí no comentarle nada esa noche a Helena, mi mujer.
Al día siguiente se repitió el incidente, pero con sus asegunes. Al pasar de nuevo enfrente de la tienda, el ahora Rick me dijo: ─¿Me lo vas a devolver o me lo vas a pagar? ─ y guardó silencio.
Noté que al decirme pagar, arrastraba la ere y resultaba pagarrr. Pensé que efectivamente era medio gringo, de menos en su hablar, pero propio en el uso de las conjugaciones, cosa rara para un norteamericano con eso de su: yo querrrerrr, tu querrrerrr o ellos querrrerrr.
Al recibir mi sonrisa por respuesta, me preguntó cómo me llamaba y en dónde vivía. En ese instante, ya no tuve duda de que era un gringo disfrazado de mexicano. Tan güey, pensar que le iba a dar mis datos.
Una segunda sonrisa fue mi respuesta. Al notar que el rojo iba subiendo de la nariz hacia su calva, traté de calmar las aguas con elegancia y con toda parsimonia, le hice ver que no tenía por que entablar comunicación con él, pero que mi educación y paciencia, me empujaban a invitarlo a dar pruebas que sustentaran a tan indignante acusación. Le hice ver que cada día pasaba enfrente de su tienda, que no tenía nada que ocultar o temer, y que si quería invitar a algunos testigos, nos podríamos ver cuando fuese necesario.
Ahora que lo escribo, me doy cuenta que esa mañana me encontraba de buen humor, a pesar del enojo que tuve con Helena, ustedes saben, cosas de casados ¿será la crisis de los siete años?
Regresando a lo que nos trae, Rick no pudo controlar sus colores corporales y de nuevo se fue todo al rojo jitomate y me llegó a la mente un amigo de la infancia, Tito, que se ponía igual cuando se enojaba y le pusimos el jitomate. Pensé que se iba a lanzar contra mí, como acostumbraba Tito, así que instintivamente tomé una posición de defensa inconmensurable propia del Kun fu, cinta marrón, pero no sucedió nada, no hubo siquiera necesidad de aplicarme como cinta negra, Rick se quedó inmóvil. Decidí no pelarlo y le dí la vuelta con una sonrisa burlona, que no pude esconder. Pienso que lo lastimé y ya de espaldas escuché: ─¡No vuelvas a pasarrr enfrrrente de mi tienda!─.
Wow, vaya sentencia, se creía el muy cabrón, hice un gran esfuerzo zen y continué mi paso, controlando mi virilidad en el hervor de mi conciencia animal, hasta que llegue al taller de Gerardo.
El tololoche morado ya no le hacía de modelo y estaba arrinconado; le platiqué los últimos acontecimientos y mi furia se transformó en cotorreo sobre el famoso robo del Tololoche. Me invitó a comer con Romy y ustedes pueden suponer cual fue el tema de la sobremesa. Romy es una brillante dibujante, medio bruja y de plática sumamente interesante, conoce a todos en San Miguel y por supuesto a Rick, mi acusador.
─¡Lo del tololoche fue hace más de dos años!─ nos dijo animando el relato. ─No me llevo mucho con él. Antes venía a la galería a ofrecer sus pinturas, muñequitos geométricos figurativos, nada especial. Es medio pesado y torpe en el trato, siempre trataba disque de ligarme, se cree todo un adonis el muy libidinoso, tardó meses para darse cuenta de que a mí no me interesaba, ni su obra a la galería. Dejó de ir y me retiró la palabra. Sus padres son norteamericanos y al parecer llegó de chavo al DF, tiene allá una hija y a su ex, que creo es chilanga.
Vaya, otro hilo en la madeja, pensé, por un lado Rick iba tomando forma, cosa que me valía madres, pero lo que sí me llamó la atención, era: cómo después de dos años de que le robaron su tololoche, fuese capaz de acusarme.
Pero la cosa no se quedó ahí, empeoró; al día siguiente, al pasar frente de su tienda, el muy gringo mexicano, simuladamente me mentó la madre con el movimiento casi imperceptible de su brazo derecho, llevando la mano a su oído. En un instante fulminante, expulsé de las cavernas prehistóricas de mi existencia lo más brutal y violento de mí Ser, ¡a mi madre nadie me la mienta! Dí la vuelta para enfrentarlo, con arrojo, pero el muy maricón se escondió atrás de su puerta mostrador.
Le hice ver gráficamente, con toda claridad y nobleza, que cuando uno le menta la madre a otro, lo debe de hacer con nitidez, ampliando el arco del brazo y cerrando veloz, con un movimiento más rápido entre oreja y hombro. En este momento, es cuando se abre ampliamente la boca, a fin de pronunciar claramente ─pa dentro y pa fuera─: ¡Vas a chingar a tu madre!
El Rick se quedó callado por unos segundos ─probablemente su pequeño cerebro estaba tratando de asimilar la lección gráfica y elocutiva que le acababa de endilgar─ y lo único que pudo decir fue: ─Me debes seis mil pesos o me regrrresas mi tololoche, me debes seis mil pesos. ¿Cuándo me los vas a pagarrr?
Para ese momento, ya había regresado a mi humanidad, y con una leve sonrisa, pensé: vaya imbécil; y me retiré dejando al gringo amexicanado con mi cruel y despiadada indiferencia. Actitud que mantuve, con toda dignidad, en los siguientes días que pasé enfrente de su tienda.
Se mantuvo adentro o se metía al verme a la distancia, como que no queriendo. Pero luego, escudándose en su puerta mostrador, me empezó a insistir ─Me debes seis mil pesos, ¿cuándo me los vas a pagarrr?
Que poca, cambió el tololoche por seis mil pesos y eso me convertía ahora en un villano ratero de seis mil pinchurrientos pesos. Primero, pierde el tololoche, un instrumento tan grandote, que es como si te robaran a tu mujer y luego, pedirle a quien te la robó, que te dé una lana por ella, eso solamente se le ocurre a un gringo mexicano.
Bordando sobre el tema, en una comida con Paco, otro amigo, me dijo que el tal Rick parece, pero que no era tan pendejo, que lo conoció de chavo en la Del Valle, cuando todavía no hablaba bien el español y le apodaron como: el Ñero, por gandaya y mal hablado.
─Lo conozco bien, se metió con mi ex el muy cabrón. La próxima vez dile Ñero y vas a ver como se pone rojo del coraje.
Me caen mal los que se meten con las mujeres del ajeno, siempre me han caído mal. Aquí en San Miguel parece ser uno de los deportes más practicados. En eso mi comportamiento ha sido impecable o casi. Desde joven siempre respeté los noviazgos de mis amigos y cuando alguno de ellos decía ─¡ésta me gusta!─, en automático trataba de poner la vista hacia otra candidata, salvo que la susodicha expresara ─claramente y sin ambigüedades─ que yo le era irresistible, solo entonces intervenía, pero eso si, con el previo aval del amigo en cuestión. Una vez anduve con una casada, pero hace mucho y por poquitito tiempo; ella me aseguró que ya prácticamente no vivía con su marido, cosa que me desmintió el hombre con pistola en mano. Me quedó claro, pero ya lo intuía desde antes, que nada bueno trae meterse con las mujeres del otro. Al fin que afortunadamente, gracias a mi virtuosidad, simpatía e inteligencia emocional, siempre he tenido mujeres hermosas, como muestra, está mi Helena. Me siento merecidamente afortunado por navegar en la calma de las seguridades de su sensualidad.
Pero veo que ustedes en estos momentos piensan: ─Pero qué, ¿qué tiene que ver todo esto con el robo del tololoche? ─ y yo me hice la misma pregunta, pero sin el “Pero qué”, ni el “qué tiene que ver todo esto”, y me quedé con “el robo del tololoche”. Solamente le puse analíticamente y con toda modestia los inquietantes: quién, cuándo, dónde y porqué.
A César me lo encontré en el Sindicato, el Centro Cultural de la calle de Recreo, un grupo de Tlacotalpan venía a hacer fandango, y entre zapateado y zapateado, jaranazo y jaranazo, fui llevando, de una manera sutil e inteligente, la plática hacia nuestro tema. Esperaba esclarecer el origen del tololoche resanado y pintado de morado que le había regalado a Gerardo, y así descartar o continuar la sospecha.
Estaba en esas, cuando vi el tololoche que está colgado a la entrada del auditorio del Sindicato, mejor dicho, viendo desde adentro, en el muro de arriba de la salida. Un tololoche café oscuro colgado en el muro.
Solamente me faltaba que empezaran a llover tololoches.
César, que tiene algo que ver desde hace mucho con el Sindicato, me dijo que ese lo había donado Gumaro, antes de morir, hacía un par de años. Mmmm, llegó de mis adentros un mmmm, de un segundo tololoche sospechoso.
Le pregunté directamente, sin ambigüedades, ¿cómo había llegado a sus manos el tololoche morado que le había regalado a Gerardo? No regalas necesariamente algo después de haberlo restaurado. César esquivó mi mirada inquisitorial y dijo que se lo había comprado a un chavo y que primero se lo dio a su hija, pero que Estela prefirió un contrabajo por lo que el tololoche fue a dar al taller de Gerardo.
Le comenté la historia desde el inicio y para mi sorpresa, me dijo:
─Pero si tú estuviste en esa misma fiesta de Greg, el gringo que parece
una amiba.
Pienso que me lo dijo con toda malicia, por lo que les voy a contar luego,
pero en ese momento, le hice ver que era cierto que había ido a algunas de las fiestas de Greg, pero que no, a la que él decía.
─No te hagas, al final salimos todos juntos, casi de madrugada. El pendejo del Rick andaba todo pedo y dejó su tololoche en la banqueta recargado en el muro, solo gritó: ─Ahí me lo cuidan. Voy por mi auto─. Así por así y salió disparado. Esperamos un rato y luego nos fuimos.
─¿Y quién se llevó el tololoche? ─ pregunté de inmediato.
Levantó sus hombros, luego me miró sonriendo y me dijo:
─Tú.
Ya enfandangados, César, en un desliz o sepa por qué, confesó que Rick
lo había demandado unos días después del robo y que llegó a tal nivel la cosa que tuvo que ir a las oficinas de Conciliación. ─Ya pónganse de acuerdo─ recuerda que les decían los licenciados divirtiéndose con el caso; los próceres de la legalidad, después de reírse varias veces, le recomendaron a Rick no proceder con su demanda, ya que no tenía elementos probatorios y que se desistiera también de demandar a la señora Guadalupe, que estuvo en la misma fiesta y que por lo visto estaba en la mira del potencial demandante.
Ahora resulta que casi estuve en la fiesta del robo del tololoche. Conozco a Greg desde hace tiempo, tuvo una época que organizaba cada mes fiestas a las que íbamos puros músicos, artistas y gente sensible que ─a la par de comer, beber y drogarse con lo que sea─, expresábamos nuestro arte. Eran a todo dar, yo en algunas de ellas canté mostrando mi genio con la guitarra, pero les aseguro que no fui a la fiesta del robo. También resulta que conozco a Guadalupe, buena cantante, que era seguramente la “vieja” que mencionó Rick el día que me acusó de ratero.
Para acabarla, Helena, mi mujer, no se había perdido de ninguna de esas fiestas. Le gusta el baile y en ese tiempo andaba en la cosa del teatro, bueno ahora sigue igual, pero el caso es que no faltaba a esas fiestas y seguramente habría estado en la del robo del tololoche.
Preferí por el momento no preguntarle, ustedes saben, es muy sensible. Me puede voltear de inmediato la tortilla. Luego resulta que algo anda mal, que la quiero lastimar y salta a que ya me libere de mi madre, vaya, no se mide, que mi madre me domina y que por eso, en venganza yo la lastimo a ella, ¡háganme el favor! y luego se empieza a poner peor y me dice que en realidad, en lo más profundo, quiero violarme a mi madre (imagínense, tiene más de 86 años), que es a ella, a mi mamita, a quien realmente amo, que Helena es solamente una representación perversa de mis fantasías y no sé que mamadas más, ah, si, también que soy un macho celoso, mmm, mujeres. Y pensar que soy en realidad un hombre muy equilibrado, de avanzada, no sé si realmente feminista ya que el término es muy ambiguo, pero sí creo en la igualdad con la mujer o casi... al menos las adoro y si, de acuerdo, las deseo.
Otra vuelta a la tuerca se dio cuando me encontré a Guadalupe en el parque Juarez, no es muy amiga mía, pero nos llevamos bien; creo que le gusto, nos conocemos desde hace varios años. Después del beso, de inmediato le comenté lo del tololoche y como que no le gustó el tema, pero aguantó, infló la cara y me dijo irónicamente, que el tal Rick la había querido demandar junto con César, ─por esa pendejada del tololoche─, pero la realidad era que esa noche, Rick se la había pasado queriéndosela coger y al darse cuenta que no lo pelaba, se enojó con ella y la quiso implicar en el robo.
─El cabrón es un pinche colérico─ me dijo levantando el tono. ─Anda atrás de todas y se cree muy seductor, pero en realidad es un pendejo. Creó que también le tiró el perro a Helena.
Frío, ahora resultaba que el monigotero gringo mexicano acusador perdido chilango ñero lelo e idiota, trató de ligarse a mi mujer la noche del robo de su instrumento. ¡Chíngaos! y no es albur.
No me contuve y esa misma noche, a pesar de que llevábamos varios días sin hablarnos, ustedes saben, cosas de las parejas, le pregunté a Helena ─en perfecto inglés─ si conocía al Rick. La muy cabrona, disculpen la expresión, pero es que a pesar de ser canadiense, no sé de dónde sacó en ese momento una sonrisa como esa, a tiempo de decirme que Rick: es encantador, muy buen pintor, que le caía muy bien y que se comportó como todo un caballero, cuando lo visitó en su estudio.
No quise sacar más raja, conté hasta ciento diez mil cuatrocientos siete y explotó en mi mente privilegiada, el esclarecimiento del misterio que encerraba el ahora famoso robo del tololoche: ¡Tan güey! Va a arder Troya. Luz que brilla en la oscuridad; Helena, Paris, Menelao.