Fue una de esas noches muy negra de niebla, después del aguacero. Algo enclítico y empapado llegué a recoger a mi hija Julieta de su clase de danza en El Sindicato. Cuando entré, en la planta baja del edificio no había nadie, arriba se escuchaba el bullicio de las clases, luego todo sucedió muy rápido, o eso creo: la luz se fue momentáneamente, algunos gritos de asombro y el barullo se escucharon a la distancia, detuve mi paso y me quedé parado en el pasillo. Alguien... él se acercó, me saludó amablemente y me preguntó si de casualidad creía en los fantasmas o en los aparecidos. Le dije que en realidad yo no creía en todo eso. Hubo un pequeño silencio incómodo y luego me respondió enfático: Qué lástima, yo sí creo en todo eso. Regresó la luz y ya no estaba, se ...