“Y es ella dulce y rosa y muerde y besa”, como todas aquellas cosas mozas que me hiciste en esa noche loca hermosa de placeres azules y verdes en el parque Juárez cuando violeta te dejaste, por ser flor de promesas y me dijiste con palabras mansas, que a pesar de todo era yo, tu y nos convertiste en frutos de “sangre, rubí, carmín, claveles” plenos al avalar que con tus labios finos y al fin crueles, me ahogaron para siempre morir en tus “pimientas fuertes, aromas mieles”.
No lo debo de olvidar, ni me he podido reponer, era inútil repetirte en mis adentros ahora muertos y me perdí en el ocaso de mi ser, ya que tus “dientes blancos riman como versos”, de esos que al brillar en tus ojazos verdes pastos me retuvo el corazón alegre, sabiendo de antemano que lo tienes firmemente entre las palmas de tu alma transparente, ajena, ya que “saben esos finos dientes tersos” de mis sabores arrebatados por tus labios púrpura y tus ojos de esmeraldas crueles.
Regresé al parque Juárez, como el cadáver de esa historia desconocida en la que nunca coincidimos con los versos que olvidamos por desprecio. “Y es una boca rosa, fresa” fresca como mi amorío de hielo impávido, ya que “no ha visto boca como esa”, que me trae a piel, como el ardor de tu mordida trémula que refresca mi memoria demente de arrebatos, altibajos y tormentas pasionales de mentiras inútiles y de lluvias distraídas.
De olvido y es por amor que te escribo de mi amor perdido, y a la deriva, en esta tarde de océanos desiertos grises y recuerdos tristes, en que tus perlas con todos sus matices me llevaron a mis pensamientos inmersos en tus “mordiscos caprichosos y perversos”.