Disculpa, pero no te lo puedo decir, es un secreto, me dijo inquietante y eso me encabritó aun más. Si no me lo puedes decir ¿porqué vienes hasta acá a contarme las cosas a medias y en la médula del asunto me sales con que no me lo puedes decir? Me invitaste a reunirnos diciéndome que me contarías algo de suma importancia, pero en realidad casi todo lo que me has comentado hasta el momento lo sabía de antemano, solo me alborotas con inciertos y lo que es peor, despiertas perversamente el lado oscuro de mi imaginación.
Ella me miró culpable y sus ojos brillaron con el asomo de unas lágrimas. Bueno cálmate, le dije con desgano. El parque Juárez guardaba la humedad de la lluvia, la situación me incomodaba y le pedí que mejor lo olvidara, que todo ello no lo valía. En realidad pensaba que era una trampa, una manera fácil de atraer mi atención, algo absurdo, como leer cosas sin sentido. La miré y quise despedirme pero en ese momento me tomo de la mano; sentí el calor de su palma, fina, suave, tierna, sin peso, solamente un tiento ligero que logró detener mis intenciones.
Me habló de cosas suyas, del mundo, del ambiente, de amigos comunes y descendientes lejanos, no sabía a dónde quería llevarme y me dejé llevar perezoso por el chipi chipi de sus palabras sin poner mucha atención a lo que me decía, mientras yo buscaba, como siempre, algo atrás... la intención, el entuerto, develar el secreto, qué se yo.
El párrafo del inicio irremediablemente me había atrapado y como un plasma de obsesiones viajó por las neuronas de mi cerebro causando embotellares neuroeléctricos y ondas implosivas de expansión con emociones y sentimientos que llegaron hasta los poros de la piel humedeciéndomela. Así se va construyendo el discurso, la historia pues... pensé: una mentira tras otra y un poco de misterio como salsa picante.
Me armé de valor y le insistí, tenía que saberlo todo, con todos sus detalles, desde el principio y hasta el fin, todo sin simulaciones ni penas o temores; la verdad, la pura verdad, compleja, diáfana, cristalina. En un sobresalto, se apartó de mi al sentirse avasallada por la insistencia, se refugió en si misma por unos instantes y en un aleph la miré indefensa silenciosamente sollozando.
No supe que hacer, culposo, molesto por mi torpeza me le acerqué, la abracé tiernamente y le suplique una vez más que me disculpase. Sentí en mi continente palpitante su frágil cuerpo, tierno, entre flor y fruta. No, no, me repitió sollozante, yo soy la que te pido disculpas, no sé en verdad porqué te hice venir hasta aquí sabiendo de antemano, que eso que tu quieres desde el inicio, nadie lo sabe, porque es un secreto y lo seguirá siendo.